Uno de los mejores inventos de la humanidad es, indudablemente, la comida, y más aún cuando esta nos sorprende con texturas o sabores que no encontramos comúnmente.
Tal fue el caso de Frank Epperson, un pequeño de apenas once años, que tras una noche helada de 1905, en Estados Unidos, regresó para seguir preparando las aguas que vendía y se encontró con un cubito de hielo con sabor dulce; el clima había congelado su agua, con el palito con el que la revolvía y la hizo, lo que después conocerías como paleta helada.
La naturaleza le hizo el mayor favor que pudo haberle hecho a un pequeño emprendedor y éste supo aprovecharlo pues lo convirtió en la mejor idea de negocio de su vida.
Un negocio sorpresivo y sorprendente dulce
La frescura y particularidad del agua congelada, saborizada y dulce lo dejó perplejo y de inmediato supo que había hecho un descubrimiento notable, del que estaba decidido a sacar provecho, aunque tardó dos décadas en patentar la paleta helada, bajo el nombre de “epsicle”, para más tarde cambiarle al nombre a uno más comercial y que es con el que actualmente se conocen en inglés, “popsicle”. Más una vez que lo hizo, su popularidad corrió más pronto que la pólvora encendida.
Paulatinamente, la preparación de la paleta dulce fue diversificándose y ha integrado una gran variedad de ingredientes, principalmente de frutas de temporada, aunque dado que se congelan, también puede tratarse de frutos cosechados en otras estaciones.
Las paletas heladas, ya sean preparadas a base de agua o de leche, son un mercado en el que la creatividad no ha tenido límites pues, de pronto, nos llegan a sorprender con el sabor de alguna verdura; de semillas, cereales, tés, galletas, chicle, diversos postres, bebidas embriagantes, como el rompope o el tequila y el mezcal, y, en México, con combinaciones que aportan sabores aciditos o picosos, o el sabor agridulce del chamoy.
Descubre la dulce frialdad de Morrikos
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